Caceria
Martín Bruzzone
Los escandalosos golpes alarmaron a todos, parecía que la puerta se iba a venir abajo. Eran seis tipos: pelucas, sombreros, anteojos negros, armas largas. En la puerta dos Ford Falcon y una ambulancia. La habitual calma de la tarde de Villa Elisa se estremeció, por algunas horas, ningún vecino salió a la vereda.
-“Buscamos a Rodrigo, señora”.- dijo uno con bigote reglamentario y una peluca rubia, que en otras circunstancias hubiera desatado carcajadas.
-“mi hijo no esta, no se cuando vuelve”.-contestó la mujer.
-“no se preocupe tenemos todo el día”.-replico el hombre.
Se instalaron en la cocina, sus rostros disfrazados, casi grotescos, dejaban ver en sus sonrisas un sadismo que inundaba de terror a los integrantes de esa familia.
La abuela entro a la cocina y los confundió con amigos de sus nietos.
-¿van de cacería muchachos? Dijo la anciana.
-algo así señora....-contesto uno de los hombres mirando por encima de sus grandes anteojos de sol y sonriendo.
Poco a poco en el barrio creció el rumor de lo que estaba sucediendo. Los comentarios se multiplicaban entre los vecinos. Que “en algo raro anda ese”, que “pobres padres”, también algunos amigos preocupados intentaban comunicarse.
El timbre del teléfono exalto a Elvira, sonaba y sonaba, miró a los hombres como esperando una orden.
-atienda señora, ojito con lo que dice.- amenazaba el que parecía el líder, mientras apoyaba su arma sobre la mesa.
Del otro lado del tubo, se escuchaba una voz conocida.-“vos contestame si o no”.-Carlos, amigo de la familia, quería saber que sucedía.
-están los tipos ahí
-si
-están armados
-si
-¿tu hijo vuelve?
-Si
-Quedate tranquila.
-Bueno, saludos
Rodrigo había conseguido trabajo en el poder judicial, en los tribunales de Lomas de Zamora. Estaban recién casados y la panza crecía. Tenían miedo, todos los días veían caer compañeros. Pensaban en su hijo, en el país en el que r, si iban a poder estar para verlo crecer. Su militancia no era armada, no eran guerrilleros, Mariana y Rodrigo estaban en la JP. Una pintada, repartir algún volante, darle espacio a algún compañero en su casa, ser parte de alguna cadena para llevar algún mensaje. No pasaba de ahí. Igualmente era mas que suficiente para estar en una lista. Por menos que eso se habían a muchos. Pero eran jóvenes, sus veinte años estaban llenos de fuerza y de ideales, a pesar de todo eran felices.
Habían estado toda la tarde buscando una casita en alquiler, lejos del movimiento de La Plata, un poco mas cerca del nuevo trabajo. Una casita cerca de la estación de Ezpeleta, pequeña, que no decía demasiado, y que, además necesitaba algunas refacciones, seria la elegida. Allí tendrían a Manuel, allí encontrarían un poco de paz.
Eufóricos emprendieron el regreso, charlando sobre como organizarían la casa, los muebles. El viaje de regreso fue bastante distendido, , siempre encontraban espacio para reír.
Nélida vivía a una calle de la casa de los Fernández, amiga de la juventud de Elvira y Carlos, era una de las que se habían alegrado un año atrás con el golpe militar, fue la primera en pensar en la desgracia de su amiga por tener un hijo metido en “cosas raras”. Pero ese día el cariño por sus amigos pudo mas, logro despojarse de sus prejuicios, tomó valor y camino los 200 metros que separaban su casa de la ruta. Cruzo los Ford Falcon, vio que dos autos mas esperaban a la vuelta de la esquina. El terror invadía su cuerpo, su corazón latía muy fuerte. Las dos cuadras que tuvo que caminar le parecieron kilómetros.
Estaban llegando, tenían que devolverle el Renault 12 que el padre de Rodrigo les había prestado para su búsqueda, cuando se acercaban al cruce del puente peatonal, vieron una figura conocida, Elvira estaba parada a 10 metros del semáforo, Mariana había bajado el vidrio de la ventanilla para saludarla, cuando vio en la mujer un gesto de terror, los miraba fijamente, casi petrificada, solo atino a mover la cabeza. Eso bastó para que Rodrigo pisara el acelerador camino a La Plata. Un par de días estuvieron guardados en casa de un amigo, a la semana siguiente estaban viajando a San Pablo. Nunca recuperaron la seña de la casita de Ezpeleta.
Te lo robe nariz.. una historia un tanto conocida...